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sábado, 7 de noviembre de 2015

La "Puta de Babilonia" y la Construcción de la Biblia



El siguiente es un fragmento del libro "La Puta de Babilonia" del escritor colombiano Fernando Vallejo, en el que se exponen ciertas verdades que nos podrían dar cierta luz a la hora de entablarnos juicios sobre los escritos sagrados.


Fernando Vallejo
El libro completo es interesante al ser rico en detalles de la historicidad religiosa, en especial del cristianismo, católico especialmente, y el islamismo. A continuación el fragmento (las imágenes son insertadas por el Libre Pensador).

"Esteban fue papa entre el 254 y el 257, y Constantino ganó la batalla del puente Milvio contra Majencio en octubre del 312. La ganó, según él (o según la Puta, ya no sabemos), tras soñar con una cruz que tenía abajo la leyenda "In hoc signo vinces": al año siguiente promulgó el Edicto de Milán en favor de la que se decía dueña del signo. Y ahí es cuando nuestra doncella de 60 años más o menos, parida por el Evangelio de Mateo, capítulo 16, versículo 18, se montó al carro del poder y se volvió puta. ¡Y qué Puta! Se acostó con el más sanguinario pero le sacó bienes, honores, palacios y hasta un concilio, el de Nicea, el primero, el del primer credo que definió al Hijo como consubstancial con el Padre: homoousion, palabra de discordia que daría mucho de qué hablar, casi tanto como el Filioque disociador que apareció siglos después. De ese concilio salió la Puta graduada de teóloga e investida con el monopolio de la verdad. Constantino era hijo de un militar de la Guardia Pretoriana y de una stabularia o tabernera, Santa Elena, otra puta.


El Concilio de Nicea
El Nuevo Testamento, al que pertenece el Evangelio de Mateo con su Tu es Petrus, lo constituyen los veintisiete textos escritos en griego que el Tercer Concilio de Cartago del año 397 decidió que fueron inspirados por Dios. Los escogió de entre un centenar de evangelios, hechos de apóstoles y apocalipsis y millares de epístolas o cartas provenientes del cristianismo que lo precedió. De los veintisiete textos canonizados, así como de toda esa literatura cristiana primitiva, en su mayoría también escrita en griego, no nos quedan copias anteriores al año 200. Los veintisiete textos que escogió el Tercer Concilio de Cartago son los siguientes: los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan o evangelios "canónicos" como se les designa para distinguirlos de los evangelios "apócrifos" que no se consideran inspirados por Dios; más los Hechos de los Apóstoles, el Apocalipsis y veintiuna epístolas o cartas de las cuales catorce se atribuyen a Pablo, tres a Juan, dos a Pedro, una a Judas y una a Jacobo. Se les suele anteponer a todos estos supuestos autores el san, apócope de santo: San Mateo, San Marcos, San Lucas, San Juan, San Pablo, San Pedro, San Judas y Santiago, que en español ya tiene incluido el "san" pues Santiago es la contracción de San Yago, siendo Yago la españolización de Jacobo. Imposible decir cuál de estos veintisiete textos es el más feo, el más falso, el más absurdo, el más estúpido. De principio a fin todos son melosos, mentirosos, mierdosos. Tratan de un tal Cristo que si existió habló en arameo, y sin embargo los veintisiete están escritos en griego. ¿No estarán traicionando de entrada a su personaje los venerables autores con el simple hecho de traducir su pensamiento a una lengua tan distinta como es el griego? El arameo es un idioma semítico y el griego es indoeuropeo.

Los evangelios, es cierto, tienen aquí o allá unas cuantas palabras arameas, pero son de dar risa. Parecen toques de color local, como cuando las novelas gringas que pasan en México ponen señorita al referirse a una muchacha: 

"Give me, please, unos tacos, señorita, por favor". Los evangelios son como las novelas: mentira, fantasía, imaginación, ficción, invento. Cuando Cristo se está muriendo colgado de una cruz exclama en el Evangelio de Marcos: "'Eloí, Eloí, ¿lema sabacthaní?, que significa 'Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?'" Marcos cita al moribundo en arameo y de inmediato nos lo traduce al griego que yo aquí a mi vez traduzco al español. ¿Y cómo supo Marcos qué dijo Cristo en el momento en que moría? ¿Acaso también él estaba a su lado en el Gólgota con María Magdalena y las santas mujeres? ¿Y sabía acaso arameo? No parece, ni lo uno ni lo otro. A mí las citas arameas y hebreas en el texto griego de los evangelios se me hacen como moscas en la sopa. Cada quien es su idioma. Y si Dios quiere hablarles a los hombres para siempre se jodió porque los hombres hablan en lenguas cambiantes, pasajeras, efímeras como todos ellos y El es uno, inmóvil, simultáneo, inmutable, incambiable, eterno. Querer conservar la palabra de Dios en lenguas humanas es como pretender apresar en un balde el Tíber de los tiempos de León X, el papa marica, cuando ese río arrastraba cadáveres por la palúdica Roma entre excrementos y fetos. Las palabras cambian en sus sonidos y en sus significados y se van transformando en otras y los idiomas en otros y muchas cosas que se pueden decir en el náhuatl de Nezahualcóyotl no se pueden decir en el griego de Platón y viceversa. Se hubiera inventado Dios, si es que quería dejamos su palabra, un método más seguro que los inciertos textos de unos escribas perecederos confiados al pergamino o al papiro, que se desintegran, o a la piedra, que vuelve polvo el viento. ¿Y grabada en hierro? Al hierro el agua lo vuelve orín. ¿Y en el genoma del hombre? Las mutaciones van cambiando los genes hasta el punto de que un humilde pez lo convirtieron en el ensoberbecido Homo sapiens. La única forma que tiene Dios de hablarme es presentándoseme aquí y ahora, con rayo o sin él, en este cuarto donde escribo y que da a un parque florecido de Jacarandas, y decirme lo que me tenga que decir y ya veré si lo atiendo o no lo atiendo, y no mandándome mensajitos contradictorios y confusos en ese par de mamotretos aburridos que son el Antiguo y el Nuevo Testamento. Más el Nuevo, la verdad sea dicha, pues el Antiguo por lo menos tiene masacres, homosexualismo, bestialidad, incesto. ¡Qué tal el santo rey David enamorado de Jonatán! "Jonatán hermano mío, por ti tengo herido el corazón pues te quería tanto! Tu amor era para mí más dulce que el amor de las mujeres" (2 Samuel 1:26). Eso dice el rey marica cuando se entera de que le mataron al novio.


Si dejamos de lado los cuatro evangelios, no podemos sino asombrarnos de lo poco que saben de Jesús, el llamado Cristo, los autores de los restantes veintitrés textos del Nuevo Testamento. San Pablo, al que se le atribuye la mayoría de las epístolas, sabe infinitamente menos de él que cualquier niño de nuestros días que vaya a la escuela dominical: no sabe que es hijo de María, una virgen, y de José, un carpintero; no sabe que nació en Belén y que de recién nacido el rey Herodes lo quiso matar, ni que de niño estuvo discutiendo en el templo con los doctores de la ley, ni que era primo de San Juan Bautista que lo bautizó, ni que fue tentado por Satanás en el desierto donde estuvo cuarenta días, ni que resucitó a Lázaro y a la hija de Jairo, ni que caminó sobre el agua, ni que multiplicó los panes y los peces, ni que convirtió el agua en vino, ni que expulsaba demonios, ni que echó a latigazos a los mercaderes del templo, ni que habló en parábolas, ni que pronunció el sermón de la montaña en que está el Padre Nuestro, ni que entró el Domingo de Ramos en triunfo a Jerusalén montado en un borriquito, ni que lo traicionó Judas, ni que lo juzgaron, ni que lo azotaron y lo escupieron y le pusieron una corona de espinas los esbirros de Pilatos y Caifas, ni que lo crucificaron entre dos ladrones, ni que le dieron a beber de una esponja empapada en vinagre, ni que tembló la tierra y se rasgó el velo del templo cuando murió, ni que los soldados romanos le pincha ron entonces el costado con una lanza y se repartieron a los dados sus vestiduras... Si hoy le contara todo esto a San Pablo me diría: "Mentiroso, no inventes". ¡Pero qué va, el mentiroso es él! O el que lo inventó.

¿Pero es que acaso San Ignacio de Antioquía, San Clemente de Roma y San Policarpo de Esmirna, los tres primeros Padres de la Iglesia conocidos como padres apostólicos y que se pretende que vivieron entre los años 50 y 150, saben algo de Cristo? Quedan siete epístolas de Ignacio de Antioquía, una de Clemente de Roma (más otra falsamente atribuida a él) y una de Policarpo, y lo que está patente en ellas es que aunque sus autores repiten una y otra vez los nombres de Jesús y Cristo saben tan poco de él como San Pablo. Estas epístolas de los padres apostólicos más el Pastor de Hermas, la Didaché, la Epístola de Bernabé y la Epístola de Diognetus gozaron en la antigüedad cristiana de un prestigio casi tan grande como el de los evangelios, si bien el Tercer Concilio de Cartago no las incluyó en el Nuevo Testamento o canon. Como éste están escritas en griego. Las copias más antiguas del Nuevo Testamento completo son los códices Sinaiticus y Alexandrinus de los siglos iv y v respectivamente, vale decir cercanos al año 397 en que tuvo lugar el Tercer Concilio de Cartago. Los códices son copias en hojas de pergamino o cueros de animales encuadernadas como libros. De antes de estos códices del Nuevo Testamento completo quedan pedazos de rollos de papiro que se preservaron en las arenas secas de Egipto, con uno u otro de los veintisiete textos del Nuevo Testamento, completos o fragmentarios, siendo los más antiguos de cerca al año 200. El papiro p45, de la primera mitad del siglo iii, contiene los Hechos de los Apóstoles y por primera vez los cuatro evangelios canónicos, aunque fragmentarios, con los siguientes fragmentos: capítulos 20, 21 y partes del 25 y el 26 de Mateo; capítulos 4-13 de Marcos; capítulos 6-13 de Lucas; y capítulo 10 de Juan. Anteriores a este papiro, y de cerca al año 200, son los papiros p64 y p67 con unos cuantos versículos del Evangelio de Mateo, el p77 con otros nueve versículos de este mismo evangelio, el p66 con buena parte del Evangelio de Juan, el p75 también con casi todo este evangelio y partes del de Lucas, los papiros p32 y p46 con fragmentos de epístolas paulinas, el papiro p23 con fragmentos de las no paulinas, y el p98 con algo del Apocalipsis. De cerca al año 200 queda además un pergamino, el 0189, con fragmentos de Los Hechos de los Apóstoles. En adelante proliferan las copias de los veintisiete textos, de suerte que del siglo ni y siguientes nos quedan centenares, escritas todas, como las enumeradas, en letras mayúsculas griegas pues sólo hasta el siglo ix se introdujeron las minúsculas. En fin, en mayúsculas o en minúsculas y del siglo que sea, todas las copias que quedan difieren las unas de las otras, presentando el conjunto de copias decenas de millares de variantes (ciento cincuenta mil si les sumamos las de las copias del Antiguo Testamento), cosa que al Autor Divino que inspiró los textos sagrados lo ha tenido siempre sin cuidado. Que los escribas y los falsificadores les agreguen o les quiten o les cambien y hasta les añadan pasajes enteros a sus palabras a Él no le preocupa. Que se jodan los exegetas y eruditos y a ver cómo se las arreglan para descubrir el texto auténtico que El les dictó a los escritores sagrados. ¿O será que también hay exegetas y eruditos inspirados por Dios? En este caso respetuosamente desde aquí le sugiero a nuestro Benedicto XVI, el papa teólogo, que canonice a Konstantin von Tischendorf, su paisano de Alemania, que fue el que descubrió el códice Sinaiticus y a quien le debemos una de las ediciones más cuidadosas del texto griego del Nuevo Testamento. San Tischendorf, patrono de los exegetas, ten piedad de nosotros.
Fragmento del Códice Sinaíticus

El códice Sinaiticus, del siglo iv, constituye no sólo la copia más antigua del Nuevo Testamento completo sino que al final trae la Epístola de Bernabé y el Pastor de Hermas, siendo éstas las copias más antiguas de estos dos textos del cristianismo primitivo. Al final del códice Alexandrinus, del siglo v, viene la copia más antigua de la epístola de Clemente de Roma. En cambio las copias más antiguas de las epístolas de Ignacio, de la Didaché y de la Epístola de Diognetus son del siglo xi o siguientes, o sea muy posteriores; y de la epístola de Policarpo ni siquiera queda el texto griego completo sino fragmentos repartidos en varios manuscritos y una traducción al latín también repartida en varios manuscritos.

Lo anterior para hacerles ver a los que sostienen que Cristo realmente existió la distancia que media entre el año 33, en que se pretende que murió, y las copias más antiguas que dan testimonio de su existencia: ¡ciento setenta años! 

Queda, eso sí, un papiro, el p52, de sólo 5.7 x 8 cm, con cinco versículos del capítulo 18 del Evangelio de Juan (los versículos 31, 32, 33, 37 y 38) que los expertos fechan hacia el año 130 y que así sería el más antiguo entre los antiguos. Con todo y la inspiración del Altísimo que pudieran haber recibido estos expertos y la simpatía que les tengo, dudo mucho de esta fecha tan temprana. De las restantes fechas que me dan y que aquí he citado dudo también, aunque en gracia de discusión hago un acto de fe y digo que les creo. Otro acto de fe quisiera hacer con el contenido mismo de los textos originales de los escritores inspirados por Dios que han dado lugar a tantas copias si me dieran estos santos un mínimo asidero, ¡pero qué! Me dicen que uno que llevaba muerto tres días resucitó y subió a los cielos. Y yo pregunto: ¿En qué parte de la estratosfera está ese resucitado? ¿Corre peligro de que lo atropelle un satélite o de que una nave espacial se lo lleve de corbata? La paleografía es una ciencia incierta: se ocupa la pobre de fechar las inscripciones y los textos antiguos por la caligrafía. Pues para el caso de las copias más antiguas de los textos del Nuevo Testamento de que he hablado, los papiros del año 200, la incertidumbre de la paleografía aumenta dado que de los dos primeros siglos de nuestra era simplemente no quedan manuscritos: ni latinos, ni griegos; ni paganos, ni cristianos; ni originales o copias. ¿Con qué caligrafía entonces vamos a comparar la de las copias que creemos que son del año 200 para fecharlas con un poco de certeza? Ténganlo presente los que sostienen que Cristo existió en carne y hueso y no como una elucubración de gnósticos buscadores de verdades eternas. De los siglos i y ii quedan, eso sí, inscripciones en tumbas y monumentos. Me imagino que de ellas se hayan valido los paleógrafos para fechar sus inquietantes papiros.


Papiro P52
Según los exegetas lacayos de la Puta lo más antiguo del Nuevo Testamento son las epístolas de San Pablo, y de ellas las más antiguas son las dos dirigidas a los tesalonicenses, escritas hacia el año 50. Que me lo prueben. A lo mejor son de cien años después, no hay forma de saberlo. Quitando sus epístolas, el primer escrito en que se menciona a Pablo es la Epístola de los Romanos a los Corintios atribuida a Clemente de Roma, que se pretende que es del año 97, pero cuya copia más antigua como ya dije es la del códice Alexandrinus del siglo v en que aparece al final del Nuevo Testamento. En esa epístola sólo se dice que Pablo sufrió varios juicios, que fue exiliado y lapidado varias veces, que predicó en el este y en el oeste y que después de haber dado su testimonio ante los gobernantes dejó el mundo y se fue al lugar sagrado siendo un ejemplo de lucha perseverante. Pero Clemente no nos dice de dónde sacó esos datos. ¡Ni que fuera escritor sagrado incluido en el canon! Cualquier cosa que me cuente, me tiene que decir cómo la supo. A él no lo inspiró Dios. ¡A lo mejor Clemente de Roma tampoco existió y es otro invento de la Puta!..." - La Puta de Babilonia, Fernando Vallejo.

Creo que todo está dicho, cada quien saca sus propias conclusiones.

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